Gente felis

II

De repente sucedió. Me besó. Y las lunas se unieron a los soles y viví una vida entera.
Las flores empezaron a mostrar sus mejores galas, se vistieron con sus pétalos más hermosos y cuidados. Eran suaves, pero sobre todo finamente elegantes como una túnica morada que resbala con delicadeza dejando al descubierto el hombro de una mujer. Sus labios se posaron sobre los míos con suavidad, preguntando si podían pasar, y yo les correspondí. Les di la bienvenida acercando más los míos. Ella lo entendió y empezó a besarme, con delicadeza, con belleza. Me besó como si estuviera besando rosas brillantes, hermosas e irrompibles, pero llenas de espinas. Me besó con cuidado, con cautela, con miedo. Me besó como si besase a una rosa.
Algo se rasgó en el cielo y una llovizna tranquila impuso la calma y la libertad bajo su falso techo. El sol, caballeroso, se retiró no sin despedirse antes con sus últimos rayos dando calor. En ese intervalo apareció un arcoiris para recordarnos que el mundo todavía tenía algo en lo que creer. No sólo eran cielo sol luna y estrellas. El arcoiris siempre alegre, mostraba su sonrisa de mil colores, perdiéndose en el infinito cuando la luna y el sol se enfrentaban. Y mientras tanto ella me agarraba con fuerza, me atraía hacia su pecho consiguiendo que nos rozásemos, intentando no dejar pasar ni una pizca de aire entre las dos. Me aguantaba. Con una mano me agarraba rodeándome la espalda, con la otra sostenía mi cara. Yo suspiraba al notar sus manos.
Después empezó una tormenta de verdad. Se desató la guerra en el cielo, pero también entre nosotras. Llovía con fuerza. Sólo mandaban sus deseos, pero eran los mismos que los míos. La lluvia nos empapaba, nos calaba hasta no dejar rastro de sequedad. La lluvia, sabia, ella, que refrescaba y te liberaba. Sus labios que se movían rápidos, intentando atrapar los míos. En su interior, su lengua jugaba con la mía, se movían juntas, se tocaban, se peleaban, descubrían mundos diferentes. Era una guerra. Pero en ella definitivamente ganábamos las dos.
Con un último grito mojado la lluvia se fue, pero las nubes permanecieron, dando tranquilidad, y quizás algo de atontamiento al ambiente. El aire era puro, pues la lluvia se había llevado todo rastro de atmósfera cargada, pero aún así, aquella luz con la que nos iluminaban las nubes a duras penas, seguía atontando. A pesar de todo la sensación de tranquilidad era máxima.Había parado. Nuestras caras se habían separado y ella había exhibido su mejor sonrisa, aquella sonrisa… Me volvía loca y a la vez me tranquilizaba. Sus ojos verdes tiraban de mí para que me perdiese en ellos. Estoy segura de que el cielo es verde, que me aspen si no es cierto! Nadie podría negármelo después de ver sus preciosos ojos.
Pero… Por qué se había apartado? Qué quería? Sin ella iba a perderme. Pero debió de entrever mis pensamientos pues me abrazó y suspiró. Me dijo que me quería y sonreí para mis adentros. Aquello no podía estar pasando, era demasiado bonito para ser verdad.
Cerré los ojos para dejarme llevar. Para seguir amándola. Me mantuve callada.
La estreché entre mis brazos prometiéndome que nunca la dejaría sola. Nunca dejaría de protegerla, aún tuviese que poner mi vida como alfombra para que ella no se mojase sus perfectos y a la vez comunes pies. 
Yo la quería a ella con todo. Con sus defectos y con sus dones. Pero sobre todo con las dos cosas mezcladas, porque así somos los seres humanos. A algunos nos cuesta no tener miedo y otros son demasiado espabilados, pero aprendimos el verbo amar y sabemos conjugarlo bien. 
Y cómo quería a su ombligo! Lo quería por encima de todas las cosas. Ese agujerito infantil y tierno. Aquel por el que puedes soñar las cosas más desagradables, pero a la vez puedes vivir cosas sencillas y bonitas. A un ombligo puedes soplarle, hacerle caricias, jugar con él, pasear el dedo por él, darle un beso, morderlo con suavidad, lamerlo, untarlo en nata (o en almíbar), mirarlo y sonreírle, poner la mano encima y protegerlo, taparlo… Era un ombligo tímido, miedoso, pero a la vez adorable, y era precioso. Yo lo amaba, igual que amo a su propietaria, que no lo tiene muy en cuenta y si lo hace es para mal, pobre ombligo.
Pero también quería sus cosas cotidianas. A hurtadillas me fijaba en sus pies, simples como los de las demás personas, pero a la vez especiales por ser precisamente los de ella. También había visto la musculatura de sus piernas, había observado sus muñecas, los nudillos de las manos, la piel de su espalda y de su culo. Había mirado sus dientes, sus finos labios y sus grandes párpados, siempre manchados de negro. Admiradas fueron sus orejas y también la nuca y el principio y el no terminar de su apetecible cuello.
Ella era una persona, la amaba. Y lo sigo haciendo a estas alturas, a estos dos meses que llevamos, que no son para menos. Serán más, infinitos más. A su lado estaré siempre, como en la historia que contaba Márquez, donde el protagonista esperaba por su amada, desde que la conocía hasta que se moría, sin recibir nunca su atención, a pesar de que ella también le amaba. Todo ocurría a través de largos tiempos en los que azotaba el cólera. Allí estaba él, sobreviviendo, esperando por ella, para siempre. Ella fue su último pensamiento.
“Y tú siempre eres el mío antes de acostarme y el primero al levantarme. Te quiero, así que por favor, bésame” rogué en mis pensamientos sin mediar palabra.
Separó nuestro abrazo y volvió a sonreír. Le dediqué una risueña mirada y ella no lo soportó más. Cerró los ojos, y sus labios se lanzaron para chocar imponentemente contra los míos. Encantada los recibí y de repente, me sentí más cerca de tocar el cielo, de lo que ningún astronauta ha podido soñar en tocar Plutón.

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